El oso que no lo era

Los empleados y directivos de una recién estrenada fábrica (por cierto, ¿qué es lo que fabrican? Nada, sólo humo: ésa es la respuesta) le quieren crear entre todos una crisis de identidad al pobre oso bonachón, que no tonto, de esta historia. Tontos serán más bien los que piensan que alguien puede ir a trabajar a una fábrica con un abrigo de pieles sin quitárselo en todo el día…
Aconsejo, más que leer, releer de vez en cuando este cuentecillo gracioso sobre temas serios (la alienación, la especulación, la usurpación mercantilista de los espacios naturales, el capitalismo despiadado, las atroces jerarquías y otros igual de vergonzosamente humanos), para ir descubriendo en cada relectura nuevos elementos para sonreír y reflexionar a partes iguales. Y atención a la lectura de imágenes, que me parecen incluso superiores al texto: éste recurre a las constantes clásicas de repetición y acumulación («Tú no eres un oso. Tú eres un hombre tonto, sin afeitar y con un abrigo de pieles…»), pero aquéllas están salpicadas de detalles para disfrutar con calma, imperceptibles si se hace un primer visionado rápido, que es lo que los adultos (no así, en general, los niños) solemos hacer con los relatos infantiles ilustrados.En ese primer acercamiento no es difícil atrapar, por ejemplo, el guiño clarísimo a Chaplin y sus Tiempos modernos en la ilustración de la página 49 (en la edición que manejo: Alfaguara Infantil, 2008, 22ª ed.), como tampoco se nos escapará el aire hollywoodiense que contamina todas las imágenes. No en vano, Frank Tashlin, además de trabajar para la Disney dando vida a Mickey y a Donald, ideó numerosos gags para películas y llegó incluso a dirigir a ese otro pato que era Jerry Lewis en varias de sus absurdas e histriónicas interpretaciones. Por eso no es de extrañar que las ilustraciones tengan mucho de cinematográficas. A mí, en esta nueva revisión, algunas me han recordado también a las comedias de Ernst Lubitsch o Billy Wilder, en especial las escenas de despacho, donde funciona espléndidamente la acumulación: el Gerente, de papada única, habita un sobrio despacho que consta de un teléfono, una papelera y una secretaria descaradamente arquetípica; el siguiente en el escalafón tiene dos de cada; el que está por encima, tres… y así hasta llegar al lujo rococó del Presidente, con sus cinco papadas, sus cinco teléfonos, sus cinco papeleras con borlitas y sus cinco alistadas y solícitas secretarias.

Pero más interesantes para el niño son tal vez otras ilustraciones del libro, como la que dejo como despedida abajo, en las que puede jugar a descubrir lo que hace cada personajillo entre la muchedumbre, a la manera de los álbumes del tipo ¿Dónde está Wally? (no hay que perder detalle: observen, por ejemplo, a la cebra y al camello), pero aquí con todo ese humor disparatado sólo al alcance de los grandes comediantes.